lunes, 1 de noviembre de 2010

Por algo se empieza



Ayer fue domingo y pase la noche en casa del anciano, se llama Alfredo. No me miró a la cara durante la cena ni cuando estuvimos viendo la tele.
Se acostó y tampoco me respondió cuando le di las buenas noches.                                                    


(Es el tercer fin de semana que paso con él y todavía no me ha dirigido la palabra).


Estuve estudiando un poco en el salón antes de acostarme; de repente oí que decía: “Magalí”, me sorprendió mucho el mero hecho de que se supiera mi nombre.
Me asomé a la puerta y le vi de pie al lado de la cama, mirando al suelo. Había mojado la cama. Sin decir nada fui al armario del pasillo y saqué unas sábanas limpias, le cogí de la mano y le acompañé al baño para que se diera una ducha… mientras, busqué en su armario y encontré un pijama.
Hice la cama la de nuevo y eché a lavar las sábanas usadas.


Cuando Alfredo salió del baño, pasó por mi lado y sin mirarme entró en su cuarto… tampoco es que yo esperase nada.


Recogí el baño y al salir me encontré con Alfredo de frente, quieto, mirándome a los ojos, aunque dijo nada (es demasiado orgulloso), pude ver en sus ojos agradecimiento…
No hizo falta que ninguno dijera nada, pero supe que había ganado "mi primera batalla" y con ella algo del corazón de Alfredo.

¿Qué puede más, la vergüenza o el desamparo?